Francisco, el Papa de los pobres y de la periferia

Francisco, el Papa de los probres y de la periferia ha muerto. Para muchos, su muerte no sólo marca el fin de un pontificado, sino también el cierre de una etapa profundamente humana dentro de la historia reciente de la Iglesia. En la Fundación Miguel Ángel Elosúa Rojo, recibimos esta noticia con especial cercanía, no sólo por la relevancia global del Papa, sino también porque compartía con nuestro fundador, el Padre Miguel, una vocación común: ser jesuita y, sobre todo, servir a los más pobres y olvidados de la sociedad.

Desde su elección en 2013, el Papa Francisco —el primer pontífice proveniente de América Latina y también el primer jesuita en ocupar el trono de San Pedro— mostró con gestos concretos y palabras firmes un estilo de vida sencillo, alejado de los ornamentos excesivos, y centrado en el mensaje esencial del Evangelio: el amor al prójimo, la justicia social y la compasión hacia los más vulnerables.

Una vida guiada por la sencillez

Desde el primer día de su papado, Francisco sorprendió al mundo con su humildad. Rechazó vivir en los lujosos aposentos del Palacio Apostólico y eligió, en cambio, una habitación sencilla en la Casa Santa Marta. Prefirió automóviles modestos a los tradicionales vehículos papales y muchas veces se lo vio haciendo cola para comer junto a otros sacerdotes o hablando con personas sin hogar en las calles de Roma.

Este tipo de gestos no eran una estrategia de imagen. Eran, y siguen siendo, expresiones genuinas de una espiritualidad centrada en la humildad y la cercanía. Su liderazgo se cimentó en la idea de una “Iglesia pobre para los pobres”, un concepto que compartía profundamente con el Padre Miguel Ángel Elosúa Rojo, quien consagró su vida a trabajar junto a las comunidades más necesitadas en Brasil.

Caminos paralelos

Ambos, tanto el Papa Francisco como el Padre Miguel, compartían la raíz ignaciana de su vocación. Como jesuitas, entendieron desde muy temprano que el llamado a servir no es abstracto ni institucional, sino concreto, cotidiano y profundamente encarnado en las realidades de los más desfavorecidos. Ambos evitaron los caminos del poder y el reconocimiento para abrazar, en cambio, las sendas de la entrega silenciosa, la presencia constante y el compromiso real.

El Padre Miguel, desde su labor incansable, entendía que la fe sin justicia social era incompleta. Y esa fue también la mirada de Francisco: una fe que se hace acción, una Iglesia que sale al encuentro, que no espera entre muros, sino que se ensucia las manos para estar allí donde la dignidad humana es pisoteada.

El legado que continúa

La muerte de Francisco es, sin duda, una gran pérdida para la Iglesia y para el mundo. Sin embargo, su legado permanece en cada comunidad que trabaja por la inclusión, en cada proyecto que se levanta para atender a los últimos, y en cada corazón que se atreve a vivir el Evangelio desde la compasión y la justicia.

En la Fundación Miguel Ángel Elosúa Roja, sentimos que este legado también vive en nuestra misión. Como él, creemos en una Iglesia activa, humilde y comprometida. Como él, creemos que no hay auténtica espiritualidad sin una mirada honesta hacia el sufrimiento ajeno. Y como él, estamos convencidos de que acompañar a los más débiles es el camino más profundo hacia Dios.

Un adiós lleno de gratitud

Hoy, desde nuestra fundación, decimos adiós al Papa Francisco con una mezcla de tristeza y profunda gratitud. Agradecemos su ejemplo, su valentía y su firmeza para desafiar estructuras cuando fue necesario. Agradecemos su amor por los olvidados, su defensa de la creación, y su manera tan humana de mirar a cada persona, más allá de sus circunstancias.

Y sobre todo, agradecemos que haya caminado este tiempo histórico con el corazón de un pastor que nunca dejó de ser jesuita, como nuestro querido Padre Miguel, como tantos otros que silenciosamente siguen dando su vida por los demás.

Que descanse en paz, Papa Francisco. Que tu luz nos siga guiando.