El Fundador SJ. Miguel Angel Elosúa Rojo
El sacerdote jesuita Miguel Ángel Elosúa Rojo, dedicó toda su vida, desde los 17 años, a servir a los más desfavorecidos. Desarrolló su misión en Brasil, a lo largo de más de setenta años.
Miguel Ángel nació en el seno de una familia acomodada, su padre fue un emigrante a México, que pudo labrar un desahogado porvenir a todos sus hijos, a través de un importante grupo empresarial. Sin embargo, Miguel Ángel no quiso estar en ese lado del mostrador, prefirió estar al lado de los que menos tenían.
Miguel Ángel fue un “Cura Obrero”, en el sentido literal de la palabra. Trabajó como soldador en varias fábricas, ganándose el sustento con su trabajo, y vivió en un barrio obrero, integrándose por completo en él.
Allí desarrollo su labor pastoral y asistencial a lo largo de 16 años. Y en los numerosos destinos que tuvo, a lo largo de los años posteriores, dejo patente que él había nacido y vivido para dedicar todos sus esfuerzos a ayudar a los más desfavorecidos, estuviesen en el lugar que fuese, y así fue.
¿Cómo fue Miguel Ángel? Miguel Ángel Elosúa Rojo nació en Oviedo el 1 de Mayo de 1932, estudió en los hermanos Maristas de León, y con 17 años, el día 16 de Noviembre de 1949, ingresó en la Compañía de Jesús en el Noviciado de Salamanca. Hizo el noviciado y el juniorado y pidió ir a Misiones en China, pero Mao Ttse Tung expulsó a todos los religiosos extranjeros que estaban en China, por lo que ante la demanda de jesuitas en Brasil, solicitó irse a ese país. El día 20 de Septiembre de 1954 embarcó, junto con otros cinco compañeros, en tercera clase en el vapor Monte Urbasa, en Vigo, rumbo a Río de Janeiro.
Continuó su formación en Nova Friburgo y Belo Horizonte, donde hizo el Magisterio, Teología en Sao Leopoldo y Rio Grande do Sul, y el día 7 de Diciembre de 1962 fue ordenado Sacerdote en Sao Leopoldo. El día siguiente, día de La Inmaculada, celebró su primera misa.

Regresó a Europa, en concreto a Italia, para realizar la Tercera Probación. Allí pasó diez meses, transcurridos los cuales regresó a Brasil en 1964. El primer encargo del Provincial de los Jesuitas fue nombrarlo ecónomo de la Provincia. En este cargo permaneció no más de un año, ocupándose de los asuntos económicos de la Compañía, organizando reuniones con empresarios y gestionando la economía. Pero Miguel Ángel se dio cuenta de que este cargo no tenía nada que ver con su vocación religiosa: “para encargarme de temas económicos no me hice jesuita, me hubiera quedado en la empresa de mi padre”. Comunicó al Provincial su decisión de que le relevase de su cargo y solicitó la autorización para realizar un curso de formación profesional y aprender un oficio con el que ganarse la vida. Con esta intención, llegó a España y en concreto a la Universidad Laboral de Oviedo, donde su hermano Francisco (también sacerdote jesuita), era rector. Allí obtuvo el diploma de soldador de primera y con el título debajo del brazo regresó a Brasil, en concreto a Sao Paulo. Allí se unió a la Congregación Obrera de la Misión de San Pedro y San Pablo, donde vivían otros cuatro sacerdotes que trabajaban en distintas fábricas. Comenzó a buscar un trabajo y, tras no pocas entrevistas, lo encontró en una fábrica de carrocerías de camiones -Carrocerías Portuguesas-, donde permaneció durante un año. De allí se trasladó a Belo Horizonte, y en concreto a un incipiente barrio obrero ubicado a las afueras de la ciudad, donde las personas que emigraban del campo comenzaban a construirse barracones y pequeñas casas. El barrio se llamó Lindéia, aunque su aspecto tenía muy poco que ver son su nombre. Allí, Miguel Ángel alquiló una casucha, a penas cuatro paredes y unas uralitas, a un precio muy barato. Poco después descubriría que era la casa de un leproso, y nadie quería vivir allí por miedo a contraer esta enfermedad.
El primer domingo después de haberse instalado en lo que, durante muchos años sería su hogar, cogió sus bártulos litúrgicos, un magnetófono donde había grabado algunos cantos, eligió un árbol y allí ofició misa, en presencia de poco más de quince personas. Su segunda misa ya la celebró en una escuela con una mayor afluencia de feligreses. Así fueron sus primeros días en Lindéia, buscando trabajo en las fábricas durante el día, y reuniéndose por las noches con grupos de personas para leer el Evangelio y para interesarse por la vida que llevaban.
Encontró trabajo en una fábrica de estructuras metálicas. Trabajaba como soldador, vivía en un barrio obrero y en una casa humilde, pero estaba cerca de los que necesitaban más ayuda. Se levantaba a las 4 de la mañana, y con un café en el cuerpo, celebraba misa a las 4:30 en su casa. De allí, cogía el autobús para ir a la fábrica, donde entraba a las 7 de la mañana. Trabajaba de 7 a 17:30 los días que tenía turno de día. Si el turno era de noche, su horario se extendía desde las 7 de la tarde hasta las 7 de la mañana. En esta fábrica trabajo durante un año y tres meses, hasta que un compañero que conocía su condición de sacerdote, le pidió que oficiara una misa en el pueblo donde vivían sus padres. A su regreso, Miguel Ángel desveló a su encargado que era sacerdote. El jefe de personal lo despidió inmediatamente, ante el temor de que pudiese organizar algún tipo de movilización subversiva en la fábrica.
Era la época de la Dictadura militar en Brasil y los curas que, como Miguel Ángel, se significaban en apoyo de los más pobres y los trabajadores eran vigilados estrechamente por el Gobierno. Policías militares camuflados acudían a las misas para escuchar y grabar los sermones. En una ocasión, cuando un policía militar salía de forma apresurada, se le cayó la grabadora y el micrófono. Miguel Ángel le invitó a instalar la grabadora en el altar, “así se me puede escuchar mejor”. En otra ocasión, cuarenta sacerdotes redactaron una carta que enviaron a los medios de comunicación, para protestar por una carga policial que acabó con la vida de un joven estudiante. En esta carta solicitaban más escuelas y menos cañones. Ello les valió ser llevados a juicio, aunque no tuvieron más remedio que absolverlos porque carecían de cargos para ser sancionados.
La víspera de aquel primero de mayo en Lindéia, Miguel Ángel estaba preparando una gran celebración y para ello había encargado imprimir 5.000 ejemplares de un cuadernillo en el que se explicaba el origen de esta celebración como el Día de los Trabajadores. Aquellos cuadernillos se repartirían después de la misa. Miguel Ángel tenía entonces una vespa en la que cargó el paquete con esta documentación y con la que se marchó a una reunión con otros sacerdotes. Dejó su moto aparcada en el patio y cuando salió, el paquete había desaparecido, había sido requisado por las autoridades. Se marchó a casa esperando la visita de la policía para exigirle explicaciones, pero no apareció nadie. Al día siguiente, en el lugar donde iban a celebrar la misa, cogió un tablero de un camión viejo que le había prestado un amigo, colocó el altar y allí ocho sacerdotes concelebraron misa con “el Hijo del Carpintero”. Más de doce mil personas participaron en aquella multitudinaria eucaristía en la que, por supuesto, la policía también estuvo presente haciendo fotografías de todo lo que allí sucedía y de todas las personas que estaban presentes.

A pesar de todas estas complicadas situaciones, no tardó mucho tiempo en encontrar trabajo, esta vez en una fábrica que producía torres de alta tensión. Allí estuvo durante un año, simultaneando su oficio con su apostolado en el barrio de Lindéia.
Su llegada a Lindéia coincidió con la muerte de su padre en España, el 28 de febrero de 1972. A Miguel Ángel le hubiera gustado despedirle, pero pensó que sus compañeros tampoco habrían podido hacerlo, con el escaso sueldo que cobraban. No quería ser una excepción y no pudo dar el último adiós a su padre, generándole una pena que arrastró durante toda su vida.
Entretanto, el barrio de Lindéia se iba poblando y los niños que allí vivían sólo podían estudiar los cuatro primeros años. Para continuar, debían trasladarse a otros barrios de la ciudad, pero no tenían forma de hacerlo. Miguel Ángel contactó con el Colegio de San Ignacio de Río de Janeiro y les pidió un autobús que iban a destinarlo a chatarra. Lo reparó, consiguió un conductor y de esta forma los niños de Lindéia pudieron continuar sus estudios. Hoy, los nietos de aquellos niños son abogados, ingenieros, muchos de ellos han accedido a la universidad, gracias a aquel autobús destartalado.
La mayor parte de los vecinos del barrio procedían del campo, del que habían emigrado para encontrar trabajo en las fábricas. Pero ninguno tenía conocimientos básicos para trabajar en oficios básicos como carpinteros, albañiles, soldadores, montadores o pintores. Al mismo tiempo, se inició la construcción de la iglesia. Durante todos los sábados y domingos de los siguientes tres años, un grupo de cien personas, con Miguel Ángel a la cabeza, construyeron la Iglesia, en la que crearon un ambulatorio y un salón donde podían impartirse los cursos de formación profesional. Fue entonces cuando Miguel Ángel abandonó su trabajo en la fábrica para dedicarse por completo a sus feligreses.

La labor que se estaba haciendo en el Barrio de Lindéia, poco a poco iba siendo conocida y valorada, por lo que el Gobierno de la región, les invitó a crear un centro de formación profesional. Las obras se iniciaron el 12 de julio de 1979, de lo que se llamaría “Açao Social Técnica”. En aquella época un grupo de personas ligadas a la Iglesia Católica del barrio, de la mano de Miguel Ángel, se organizaron en forma de cooperativa para construir una guardería y una sede de la Iglesia. Percibían entonces, la necesidad de un trabajo que tuviese como objetivo el rescate de jóvenes adolescentes del barrio, en inminente situación de riesgo social, a través de la preparación para una actuación profesional. Se encontró una escuela cerca del área metalúrgica, lugar idóneo por la proximidad con el área industrial, Fiat, Arcelor, etc. El terreno fue adquirido por los Padres Jesuitas y cedido para la comunidad hasta el año 2016. La construcción fue asumida por la comunidad en régimen de cooperativa. Se le dotó de maquinaria con la ayuda de la Secretaria de Trabajo y Acción social y de la Fundación Elosúa Rojo. Allí se empezaron a formar, torneros, ajustadores, electricistas industriales, informáticos y otras muchas profesiones. Las industrias venían y vienen a buscar los alumnos que salen del centro antes de acabar, para no perderlos puesto que, por primera vez, contaban con mano de obra especializada. Desde entonces, más de 1.000 chicos y chicas reciben formación en diversos oficios y adquieren habilidades para iniciar proyectos de auto-emprendimiento. La Escuela Tio Beijo, que recibe este nombre en homenaje a un gran amigo de Miguel Ángel y muy querido en la comunidad, cumplió en 2019 cuarenta años, manteniéndose como el centro neurálgico de una comunidad que ha conseguido insertarse en el mercado laboral y llevar una viva digna.
En “Açao Social Técnica” además de recibir las clases, los chicos y chicas tenían la posibilidad de merendar porque las propias madres las preparaban para todos los alumnos. El mayor orgullo para Miguel Ángel es haber hecho posible que miles de alumnos se hayan formado en la Escuela y hayan podido sacar adelante a sus familias y ofrecerles a sus hijos la oportunidad de acceder a estudios superiores para vivir mejor y con tranquilidad. Sus propias palabras resumen todos estos años de trabajo: “ Todos estos resultados hacen que Jesucristo renazca y es mi mayor consuelo”.

En el año 1986, después de 16 años en el Barrio de Lindeia, y con 54 años a sus espaldas, el P. Provincial le pidió ir al Amazonas, a San Sebastiao do Tocantins, situada en las confluencias de los ríos Tocantins y Araguaia, afluentes del Amazonas. Está a 5º del Ecuador y a 2.351 Kms, de Belo Horizonte. Se llega tras 14 horas en autobús a Goiania y se descansa un día para seguir hasta Tocantinopolis después de más de 28 horas de viaje. Desde allí hasta San Sebastiao ya es poca cosa, no más de cuatro horas y se está en casa. Allí llegó el 17 de febrero de 1987 para descubrir otro mundo, la selva del Amazonas, donde hay que dormir en una red y con mosquitero, para evitar sorpresas desagradables durante la noche.
A Miguel Ángel le costó mucho dejar Lindéia, según él, más que salir de España, porque había pasado en este barrio una parte muy importante de su vida. Había hecho una labor con toda aquella gente inconmensurable, y se habían convertido en su “familia brasileña”. Tanto fue así que el traslado al Amazonas para volver a empezar se le hizo cuesta arriba, y le supuso un sacrificio muy grande. Además no iba a un sitio pacifico, iba a sustituir al Padre Jósimo, al que acababan de asesinar. El 10 de mayo de 1986, el padre Jósimo recibió cuatro tiros en la espalda, en las escaleras de la casa diocesana de Imperatriz. Un mes antes, había sido tiroteado cuando conducía su Toyota y había salido ileso. El padre Jósimo era coordinador da Comissao Pastoral da Terra y lo mataron unos pistoleros por enfrentarse a los Facendeiros (los dueños de Haciendas), en defensa de los Poseiros (los que las ocupan). Aquel Toyota, con los impactos de las balas en su carrocería, fue el que heredó Miguel Ángel cuando llegó “Al Pico do Papagayo”.

A la selva del Amazonas llegaban personas que habían sido expulsadas de sus tierras de origen, que cultivaban de forma precaria, y que habían adquirido un extraordinario valor económico, al ser recalificadas para construir la autopista Transamazónica. Animados por la propaganda de la dictadura militar, que quería una progresiva colonización de la Amazonia, se instalaban para poder cultivar algunas tierras, y sembrar lo más elemental para sobrevivir. Y lo primero que tenían que hacer era abrirse paso a través de la impenetrable selva, ir talando poco a poco el pedazo de tierra en donde estaban, y empezar a cultivar esa tierra, con suelos muy pobres. Esas tierras a medida que se iban cultivando con el paso de los años, se iban enriqueciendo, hasta convertirse en unas tierras fértiles, que permitían a muchas familias vivir. Era en ese momento cuando aparecían con sus títulos falsificados, los supuestos dueños, reclamándolas para sí y expulsando a los poseiros (colonos) que las habían puesto en explotación. Estos “presuntos dueños” habían permitido que ocuparan sus “presuntas tierras” para que desbrozasen la selva y pusieran en explotación las tierras. Y cuando ya eran fértiles, expulsaban a los que estaban cultivándolas, por medio de un ejército de pistoleros que no tenían reparos en disparar una bala en la cabeza del que se opusiera, y esto fue lo que le ocurrió al Padre Jósimo.
A pesar de ello, Miguel Angel fue allí con nuevos impulsos para seguir trabajando al lado de los más necesitados, los campesinos sin tierra. Organizó cooperativas de agricultores, comunidades con los sin tierra, cooperativas con las mujeres etc. Compró un tractor que La Fundación Elosúa Rojo le subvencionó, y durante seis años desarrolló su labor, atendiendo a 14 comunidades rurales, la mayoría núcleos de 400 o 500 campesinos. Cuando Miguel Ángel llegaba hacía sonar un cohete para avisarles a todos.
Las gentes, poco a poco empezaron a perder el miedo, las mujeres, más valientes que los hombres, comenzaron a organizarse en cooperativas, y eran las que criaban a sus hijos y se ocupaban de la distribución del trabajo. A pesar de todo la tensión era permanente, los abusos constantes, y no podía confiarse porque, en cualquier momento, se podía repetir la suerte de su antecesor. De cualquier forma, la repercusión mundial que había tenido el asesinato del padre Jósimo, hizo que las autoridades brasileñas empezasen a preocuparse por corregir los abusos que se estaban cometiendo. Y los pistoleros que mataron al Padre Jósimo fueron juzgados y encarcelados.
Seis años llevaba en San Sebastián de Tocantins, en el desarrollo de esos proyectos cuando, a primeros de año de 1993, nuevamente el Padre Provincial le pidió ir a otra región, a Montes Claros, en el estado de Mina Gerais. En su fuero interno pensaba, «o lo estoy haciendo bien allá donde voy, o lo hago muy mal y quieren que me vaya, porque cada vez que organizo las cosas, llega la orden de un nuevo destino”.
Miguel Ángel llegó a Montes Claros, una de las zonas más pobres de Brasil, con 61 años, el 17 de marzo de 1993, después de 48 horas de viaje. Su misión, atender, junto a otros tres sacerdotes, una parroquia con 12 comunidades dentro de la ciudad y 33 en el campo. Montes Claros contaba con una población de 300.000 habitantes y una tasa de paro muy alta. Es una región muy pobre y seca, sólo se puede cultivar en los valles que tienen agua, y allí es donde viven las comunidades rurales.


El trabajo que se hacía, a lo largo de tan vasto territorio era agotador, ya que no había Iglesias ni lugares donde reunir a aquellas Comunidades. Los sacerdotes contaban con el apoyo de laicos que celebraban cultos, visitaban a las familias, organizaban el catecismo, etc. Las misas se celebraban en las casas o en las escuelas ya que no había Iglesias, así que una vez más Miguel Ángel, lo primero que hizo fue empezar a construir una nueva Iglesia, y como ya traía la experiencia de Lindéia, le fue fácil organizar los grupos de trabajo para que los sábados y domingos acudieran a ir levantándola poco a poco.

En Marabá trabajó para organizar una guardería y construir una casita para las monjas que cuidaban de los niños y niñas y fue a dar asistencia a las comunidades del interior. Tenía que cubrir 250 Kilómetros por caminos abiertos por madereros para contrabandear maderas. Con una camioneta Mitsubishi conseguía llegar siempre. “Me gustaba mucho el trabajo, pero no aguanté tantos baches en la carretera y el cuerpo se resintió y tuve que retirarme a Belo Horizonte después de tres años para tratar de la columna”. Pero al cabo de dos meses de descanso, ya se encontraba para afrontar nuevas ocupaciones y le pidió al provincial un nuevo destino. Este fue la Parroquia de la Trinidad en Belo Horizonte, una red de comunidades con nueve iglesias. La principal en una hondonada debajo de unas torres de alta tensión, junto a un enmarañado de chabolas y callejuelas que serpenteaban entre las colinas y en la mayoría no podía pasar ni un coche. En cada capilla había un consejo coordinador, varios ministros de la eucaristía y de la palabra. Entre los coordinadores había dos cobradores de autobuses urbanos, otros que eran sepultureros, un soldado jubilado, un carpintero, varias madres y abuelas. Uno de los ministros de la Palabra, un albañil, acabó su casa y cuando empezaba a vivir un poco mejor, su hijo se mezcló con traficantes y la familia tuvo que cambiarse deprisa a otro barrio. Una niña que iba a hacer la primera comunión salió a comprar pan y ya no volvió. La encontraron dos días después violada y estrangulada. Tenía once años. Miguel Ángel tuvo que celebrar el entierro con el corazón totalmente roto.
En la Fiesta de la Parroquia unas mil personas cantaban y rezaban, los niños hicieron una representación teatral en señal de agradecimiento que provocó en Miguel Ángel lágrimas de emoción y alegría. El celebrante principal era el párroco, pero Miguel Angel estaba allí, en ese barrio de pobres, después de haber pasado por una hernia de disco, dos cateterismos y con más de ochenta años.” ¿Puede haber más motivos de alegría?” Cantaron todos el “Tomad Señor y Recibid”. Al final leyeron su nombramiento de vicario coadjutor y una niña le entregó una flor.

El 23 de abril de 2020 Miguel Ángel nos dejó. Murió a los 87 años de edad, en la Casa de Salud que la Compañía de Jesús tiene en la localidad brasileña de Fortaleza. Hasta que su salud se lo impidió, Miguel Ángel continuó visitando a las familias más necesitadas, ofreciendo su ayuda y su compañía.
Nos queda el consuelo de que murió tranquilo y rodeado de personas que le quisieron y le cuidaron hasta el último momento. Fue un gran hombre que dedicó su vida a los más pobres y murió feliz y tranquilo porque se fue para estar con Dios, al que ofreció su vida.
Miguel Ángel Elosúa Rojo seguirá vivo entre todos los que le hemos conocido y le hemos querido y en todas las personas a las que, gracias al trabajo de la Fundación que creó, continuaremos brindándoles la oportunidad de mejorar sus vidas y de tener esperanza.
Te recordaremos siempre
Abril de 2020
En septiembre de 2020 todos los Patronos de la Fundación, reunidos en Junta Ordinaria, aprobaron por unanimidad el cambio de nombre de la Fundación. Después de los trámites oportunos, desde octubre de 2021 esta Fundación llevará el nombre de su fundador: Fundación Miguel Ángel Elosúa Rojo.
